Cómo la cuarentena podría aislar las clases sociales en Cuba
I
La cuarentena voluntaria se expande como un método para combatir la propagación del coronavirus en Cuba. Y la cuarentena oficial parece cada vez más recomendable, a causa del agresivo crecimiento de los casos confirmados y de los sospechosos. El tiempo le ha dado la razón a aquellos que en un principio fueron llamados histéricos. Trato de quedarme en casa el mayor tiempo posible. Los hoteles y las universidades cierran y se ven muchedumbres afuera de los centros comerciales. Me queda claro que a partir de ahora cada día voy a estar más desconectado de la realidad.
La última vez que salí a una tienda negué limosna a tres mendigos. La estadística me atormentó por unas horas, pero seguí adelante. Desde la casa reviso las redes sociales con una frecuencia culpable. Hay memes bastante divertidos al lado de noticias espantosas. Hay retos, incontables retos. La mayoría de ellos implica disfrazarse o hacer proezas físicas. La mayoría de los memes hablan sobre el aburrimiento. Al principio los memes del coronavirus eran toscos y racistas, luego, a medida que el tema se hacía más cercano, iban sobre papel sanitario, ahora hablan del aburrimiento. No me queda claro la mayoría de las veces si los memes fueron hechos en Cuba o en otro país. La situación parece ser igual en todas partes. Pero no lo es. La situación parece ser igual para todas las personas. Pero no lo es.
II
En los países del tercer mundo, donde las diferencias de clase resultan más visibles, la clase media-alta va de sus casas, seguras y cómodas como las del primer mundo, a sus trabajos, limpios y organizados como los del primer mundo. Va de las tiendas, prósperas e inagotables como las del primer mundo, a los restaurantes, lujosos y exóticos como los del primer mundo. Sin embargo, la clase media-alta del tercer mundo tiene que pasar antes por ese espacio incómodo y abyecto llamado calle. La calle les recuerda la fragilidad de su sueño. En la calle hay mendigos, perros con sarna, tiendas de mala muerte, gente mal vestida, transporte público con gente sudorosa, crímenes, edificios en ruinas. Todo lo que no se quiere ver, porque explota nuestra burbuja, se ve en la calle. Eso se aplica también para Cuba, incluso si nuestra división de clases posee unas cuantas peculiaridades.
Las redes sociales hacen parecer que toda la información es más visible o accesible. No obstante, no salir a la calle es un problema. Los algoritmos de Google y de Facebook están hechos para no mostrarnos lo que no queremos ver. Y hace falta ver de vez en cuando lo que uno no quiere ver, esa es la función de la calle.
III
La cuarentena voluntaria u obligatoria va a invisibilizar la realidad de millones de cubanos que no tienen dinero para comprar dos paquetes de datos al mes. Es decir, que solo se conectan un rato en zonas wifi o en redes clandestinas, o que no se conectan en lo absoluto. Sabremos de ellos de manera indirecta, abstracta. Seguiremos haciendo retos y compartiendo memes, nos quejaremos por no poder ir a nuestro bar preferido. Si acaso nos quejaremos por comer todos los días lo mismo o porque sigan sin bajar los precios de internet.
Nuestras minúsculas luchas sociales se mezclarán con bromas. Nuestras angustias, con parodias de angustias. Con el país al borde del caos económico y sanitario, el hecho de que podamos estar en casa haciendo retos nos convierte en privilegiados. Ya sea porque seamos dueños de negocios, o mantenidos de nuestros padres, o porque en general trabajemos en cosas que nos den tres veces el salario de un profesor universitario, es decir, porque nos beneficiemos de la pirámide invertida, la verdad es que somos privilegiados. Los privilegiados generaremos contenido para nosotros mismos, y como clase protestaremos únicamente por las cosas que nos afecten de manera directa. El resultado de la cuarentena será, desde cierta óptica retorcida, el sueño cumplido de la clase-media alta del tercer mundo. En nuestro caso, una Cuba hermosa de solo dos millones de habitantes.
IV
Nosotros hallaremos soluciones. Haremos conciertos virtuales, lecturas virtuales de poesía. Inventaremos negocios de comida a domicilio. Usaremos el tiempo libre para aprender nuevas recetas de cocina. O para darle publicidad a nuestras páginas web. El resto de los cubanos no podrá hacerlo. El resto de los cubanos no sabe qué es un concierto virtual y no tiene tiempo para leer o escribir poesía. Nunca ha pedido comida a domicilio, si va a gastar dinero lo gasta sentándose en una mesa. Tiene un libro de recetas de ocho páginas, lo demás es un lujo. No tiene páginas web: trabajan como torneros, granjeros, vendedores ambulantes, custodios o como reclutas en su servicio militar, en puestos de guardia de los que nunca hemos oído el nombre. Nadie puede predecir las consecuencias culturales que traería un divorcio entre el país visible y el país invisible, en caso de que la actual situación se prolongue. Pero asumo que sería catastrófico.
El país que se volvería invisible a las clases alta y media-alta se verá obligado a recuperar las viejas formas de generosidad. En caso de cuarentena el país invisible tendrá que matar el aburrimiento con viejos discos de DVD, o con pequeñas partidas familiares de dominó. Tendrá que matar el hambre con pan y arroz. A diferencia de las clases alta y media-alta, las clases baja y media-baja no se preocupan ahora porque con la cuarentena vayan a subir de peso. La prueba definitiva de nuestra unidad como país sería evitar el aislamiento entre las clases sociales durante la cuarentena, incluso si se han dado todas las condiciones para que se produzca.