Teatro cubano, a prueba de dificultades
“El teatro puede convertir el escenario en un templo”. Así afirmó hoy el dramaturgo pakistaní Shahid Nadeem, a propósito del Día Mundial del Teatro, que se celebra cada 27 de marzo.
Este año la fecha llegó en medio de una circunstancia nunca antes experimentada. La situación internacional provocada por la pandemia del coronavirus nos impide sentarnos frente a las tablas y ser partícipes de la magia del teatro, para honrarlo como debería ser. Pero está vivo. Aunque tengamos que crear nuevas alternativas, continuará existiendo, porque nosotros, el público, seguiremos necesitándolo.
Hoy nos gustaría agradecer a todos los dramaturgos, actores y compañías que llevan adelante este arte milenario. Específicamente, quisiéramos recordar a esos hacedores del teatro cubano que ya no están entre nosotros: Virgilio Piñera, José Triana, José Jacinto Milanés, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Vicente y Raquel Revuelta, Reinaldo Arenas, Abelardo Estorino, Francisco Covarrubias, Celia Ponce de León, Alberto Pedro Torriente, Ezequiel Vieta…
Algunos de ellos pasaron parte de su vida en el exilio, otros se quedaron en Cuba hasta su muerte, dando cada día el otro cachete. Muchos triunfaron en la Isla, pero su nombre jamás será recordado en el extranjero. Sin embargo, hay algo que es común a todos y que deberíamos recibir como una herencia, ahora más que nunca: el aprendizaje de que el teatro cubano es a prueba de dificultades.
Nuestras salas pueden no ser las más modernas del mundo, ni tener todas las comodidades que desearíamos. Los actores empiezan a sudar desde que suben a las tablas; no contamos con todos los recursos que quisiéramos para hacer mejores las escenografías y vestuarios; y todavía seguimos tratando de ganarnos un nombre en el circuito mundial. Pero de lo que no hay dudas es que hemos sabido convertir nuestros escenarios en templos, eso sí.
Quizás en unos meses todo esto haya terminado y la vida continúe exactamente igual a como era antes. Podremos caminar tranquilamente por Línea y hacer el recorrido de los teatros para escoger qué función queremos ver. Saldremos de la sala creyéndonos críticos de arte. Reiremos, lloraremos, aplaudiremos o nos levantaremos en medio de la función. Pero también tenemos que evaluar la posibilidad de que las cosas no vuelvan a ser como antes. Si fuese así, debemos encontrar la forma de que el teatro llegue a cada uno de nosotros. Sí, como Mahoma y la montaña. Al final, la tragedia y la comedia son dos de nuestros ingredientes como cubanos. Cualquier forma de vida que sobreviva al coronavirus en esta Isla, va a necesitarlos a ambos.