Diango Hernández: la visualidad del código poético
A tiempo compartido entre el calor insular y el frío germánico, Diango Hernández magnetiza a través de su obra la fortaleza de elementos simbólicos. Marcado por una estética muy peculiar, su trabajo se nutre de filtros personales y de los amplios referentes culturales atesorados durante su vida en Europa. De nuevo en la capital -el lugar donde comenzó todo- el artista expone en el Museo Nacional de Bellas Artes Pensamientos en La Habana.
Este cubano radicado en Dusseldorf está dispuesto a “abrir la cortina”. Entrevistar a Diango Hernández en medio de los blancos muros del Bellas Artes pudiera tener mucho de atemporal, si no fuera por el ajetreado movimiento de quienes se ocupan de montar su pieza. A pocos días de cerrar el 2019, una obra suya integra la exposición colectiva La Habana: imágenes de cinco siglos.
“Cuando me proponen la idea de exponer en la capital estaba muy bien definido que la muestra iba a tener una relación directa con la historia de la ciudad y los festejos por sus 500 años. Entonces me pareció ideal utilizar como eje de mi obra el poema Pensamientos en La Habana de Lezama Lima, en el cual el poeta expresa cuan sonora es la ciudad”.
En Pensamientos en La Habana, el artista utiliza la metáfora del mar para arquitectar un lenguaje en códigos, al que transfiere un significado virtual con cada curva de la ola. “La cortina divide dos espacios y funciona como una especie de telón a través del cual el espectador transita de una puesta de sol al amanecer, dando simplemente un paso”.
Diango vivió en Cuba hasta los 33 años. De todo su álbum de recuerdos, el que definió su manera de hacer arte fue el período especial y sus carencias. Esta dura crisis económica de principios de los noventa, le obligó a replantearse muchas cosas, incluyendo su manera de crear.
¿Qué momentos marcaron tu carrera?
“El primero fue el fin de mi carrera como diseñador industrial, pues dio paso en el año ’94 al inicio de mi práctica investigativa. Empecé a estudiar qué estaba pasando en el tejido cultural y social de Cuba y específicamente de La Habana. Transcurría el período especial y yo empecé a abrirme a esa sensibilidad a través de la objetualidad que se produjo en ese momento; enfrentarme a mi realidad cruda y dura. Fue un momento crucial en el que empecé una colaboración entre artistas y diseñadores que se llamó El Gabinete Ordo Amoris”.
“Hay otro momento muy importante para mi memoria personal que comenzó en el 2003 y se extiende hasta hoy. Fue empezar a vivir en diferentes contextos culturales de Europa y compartir mi tiempo entre estas latitudes y La Habana”.
Desde entonces, la trayectoria de Hernández ha despegado vuelo. Su obra forma parte de la colección del MoMA neoyorquino, del Centro de Arte Contemporáneo, Belo Horizonte en Brasil y del Museo de Arte Contemporáneo de Castilla y León, en España. Asimismo, ha participado en las Bienales de Venecia, Sao Paulo, Sidney y en la Triennale Kleinplastik in Fellbach en Alemania.
Hernández es una isla aparte porque su obra responde a su vida. En un cruce caminos, entre la memoria personal y colectiva, su relación con el arte desafía la fácil categorización.
Has sido definido como exponente del arte conceptual, diaspórico y hasta un contador de historias. ¿Cómo te defines realmente como artista?
“Yo me localizo siempre en una zona donde hay más poesía, incluso desde un sentido más abstracto que del arte conceptual propiamente dicho. No me siento integrante de esa corriente al cien por ciento. Me considero más cerca de la palabra y de las realidades que esa palabra crea”.
¿Qué materiales prefieres utilizar?
“Ahora estoy muy concentrado en las telas. El tejido tiene la posibilidad de adaptarse como un líquido a nuestros cuerpos, a la arquitectura… Estoy aprovechando el aporte digital que permite dotarlo de grandilocuencia y colores”.
¿Crees que el artista debería usar siempre el discurso político y social en su plataforma?
“Pienso que depende mucho de sus inquietudes e intereses, pero indudablemente, hay una conexión entre el artista y el escenario político e ideológico en que se desenvuelve. Esa conexión, le responsabiliza y compromete con lo que está pasando a su alrededor”.
Expusiste en la octava Bienal de La Habana en el 2003 y luego no regresaste hasta el 2018 con tu exposición Salvavidas, ahora repites la experiencia con el proyecto de arte La Sindical y su galerista…
“La conexión de un artista con su galerista es una conexión muy personal que por lo general perdura en el tiempo. Yo conocí a Sachie Hernández hace mucho tiempo y enseguida supe de su compromiso con el arte cubano. Por tanto, cuando me enteré que ella estaba armando este proyecto de espacios expositivos y galerías me intereso mucho porque yo venía siguiendo su trabajo”.
Esta es tu última exposición del año… ¿consideras que es un buen cierre?
“Es un cierre buenísimo. El Museo Nacional de Bellas Artes siempre ha tenido para mí un significado muy especial. Es una especie de templo en el que la condición de Isla no existe”.