Fabelo: un vicioso de la creación
Fabelo tiene 13 años, acaba de mudarse a La Habana. El viejo edificio donde vive tiene en los bajos un bar y el bar tiene una vitrola llena de canciones de los 50. Está sonando «Los aretes que le faltan a la luna», de Vicentico Valdés. El joven Roberto escucha el tema una y otra vez: está fascinado por lo fantástico implícito en su letra. “Es un bolero surrealista”, me afirma 56 años después.
Sentado en su estudio, rodeado de dibujos, Fabelo habla despacio y con un vocabulario impecable. Sonríe, se pone serio, hace una pausa y su vista se pierde como intentando quedar suspendido en un pensamiento, pero ligero retoma el hilo de la conversación y se puede sentir en el aire las vibraciones de su energía, de su experiencia.
¿Por qué hablar de Cuba, y de su realidad, desde lo fantasioso, lo surrealista?
«Siempre he querido ser un realista. Cuando yo miro a la realidad, este es un país bastante fantástico, bastante surrealista y puede ser que en mi trabajo esté presente ese espíritu».
¿Cómo es su rutina diaria? ¿Cómo hace para concentrarse y trabajar?
«Es difícil que yo esté concentrado. Hoy día en el mundo hay muchas interferencias. El cerebro de uno está cruzado por miles de señales provenientes de tantas fuentes que es muy difícil concentrarse».
«Como yo dibujo de manera viciosa, cotidianamente, eso se ha convertido como una especie de inmunidad hacia todos los ruidos. En un mundo como el actual es muy difícil abstraerse y no estar atento. Uno de mis grandes sueños quizás sea ese: estar concentrado».
Fabelo tiene 29 años y trabaja en la Academia San Alejandro. Durante una celebración conmemorativa del centro, monta una exposición. Son piezas pequeñas guiadas –desde ese entonces- por el dibujo y la figuración.
Seis años después, gana el Premio de Dibujo en la Primera Bienal de La Habana. Había hecho varios dibujos sobre trozos grandes de papel craft que luego rompió en piezas y pegó en los muros del museo. Es un momento de parte aguas en su carrera: hasta entonces había sido premiado, pero aquella obra le indicó que podía romper con su propio trabajo para buscar nuevas cosas.
«No me detuve y hasta hoy lo que hice fue acumular una experiencia de toda índole: de los medios, del manejo de la producción artística, y también un cambio del intelecto. Derivé hacia otras modalidades: empecé a introducir la pintura, la escultura, la relación con los objetos. Sigue presente en mí la condición de dibujante y la perseverancia en dar respuesta a mi necesidad de no abandonar ningún día de mi vida el trabajo, arrastrada por la fuerza que da el vicio de crear».
¿Qué prepara para la Bienal de este año?
«Voy a presentar una pieza en el proyecto Detrás del Muro, una obra de 5 m de largo por 2,50 m de ancho, por 1,20 m de alto. Se llama AMTBC (a mal tiempo buena cara). Es una jicotea con una cabeza humana, está boca arriba pero tiene que virarse, está en una posición incómoda pero la cabeza se está riendo».
«Es una especie de reclamo de optimismo. También estaré en la muestra que HB va a hacer en el Gran Teatro. Y en la presentación de un catálogo que corresponde a la exposición que hizo el coleccionista Luciano Méndez, de su colección personal de 100 obras sobre papel de mi autoría».
«Pero como voy a cumplir 70 años, estoy reservando el énfasis expositivo para la otra Bienal. Estoy conformando todavía el contenido de esa exposición, si va a ser una retrospectiva abarcadora o va a estar referida a los miles de dibujos que tengo guardados. Todavía no está decidido, pero de que sí voy a hacer un balance, lo voy a hacer. No tiene que corresponder necesariamente a que voy a cumplir 70 años, pero no está de más hacer un cake como ese, con mi propio trabajo».
¿Qué cree del arte que se hace por jóvenes en Cuba? ¿Tiene algún consejo para ellos?
«Hoy día los jóvenes saben bastante lo que quieren y están mejor preparados que antes. Me sigue gustando la diversidad de propuestas que hay, desde las aparentemente más convencionales hasta el uso de los medios digitales y lo performático. El panorama me sigue pareciendo vivo, aunque como siempre tiene ondulaciones».
«Pienso que es importante la curiosidad por lo nuevo, como una mecánica de progresión. Yo les aconsejo mantenerse activos cultivando al máximo posible su intelecto, buscando la mayor cantidad de información y ordenándola. Pero eso ya es una responsabilidad personal de cada cual…»
Sus hijos han seguido sus pasos en el arte, ¿eso le enorgullece, le provoca miedo, le genera algún compromiso con su público?
«Posiblemente por ósmosis, por haber vivido siempre conmigo, mis hijos hayan recibido algún influjo, pero ellos decidieron por sí mismos ser artistas y eso me da orgullo. Ellos tienen su propia responsabilidad, para consigo, para con su público y su arte, de modo que ese compromiso es de ellos, no mío. De mí reciben todo el apoyo del mundo para llevar adelante su trabajo pero yo no temo, y trato de trasmitirles también eso, que no teman. Que hagan lo que quieran hacer, tienen absoluta libertad para equivocarse, errar y aprender en consecuencia».
«Fabelo tiene cinco años y está sentado en el portal de su casa moldeando con los dedos un rostro de mujer con la cera de un panal de abejas; con fango hace un pájaro. Por la calle de aquel pueblito de Guáimaro, en las afueras de Camagüey, pasan unos señores muy mayores que lucharon en la guerra de independencia. Tienen medallas colgadas en la camisa y todo el mundo los saluda. El niño Roberto los mira con respeto, le despiertan una extraña admiración que a su corta edad no puede entender aún, pero siente».
¿Qué hay de Camagüey y de su propia vida en su obra?
«Todo el contexto de la naturaleza tuvo una influencia muy grande en mi sensibilidad infantil y en el descubrimiento de mi interés por las formas, dejando una primera marca en mi vida, de tipo existencial. Estar bañándome en los ríos, subiéndome en las matas, como todo niño de campo. Yo tenía una inclinación particular a mirar con curiosidad la naturaleza. Esa curiosidad no la he perdido y eso quedó marcándome para siempre».
Ha dicho que prefiere no lo cataloguen como contemporáneo o clásico, ¿cómo definiría su obra?
«Intentar catalogar desde el presente al que está presente puede ser muy riesgoso. Preferiría dejar eso al tiempo».
«A fuerza, viviendo en la actualidad, uno tiene un impacto de la contemporaneidad y eso deja una huella en tu trabajo. Pero, más que de contemporaneidad, me gusta hablar de intemporalidad. Lo intemporal puede hacer que una obra siempre permanezca como contemporánea porque trasciende a que sea apreciada y percibida por muchos a través del tiempo y eso la vuelva clásico».
«Todas las etiquetas son muy relativas. Yo prefiero que me llamen inconformista, curioso, un vicioso empedernido del dibujo, de la creación misma».
¿Qué le falta por hacer? ¿Tiene algún sueño por realizar?
«Todo es un tránsito. Esa paz de la concentración es como un sueño, porque nunca termina, porque siempre voy a seguir moviéndome en la búsqueda de realizar cosas. Ojalá pueda exhibir en casi todo el mundo y ojalá me encuentre todavía y haga descubrimientos, y a lo mejor consigo un poco de concentración… Pero, para ir en búsqueda de hallazgos, no creo que se pueda estar en calma».