¿Cuba estaría preparada para depender del libro digital?
La XXIX Feria Internacional del Libro ha promovido una apertura al libro digital en Cuba ante la crisis actual de papel. ¿Qué repercusiones puede traer una mudanza apresurada hacia el formato digital?
Con los años he ido dejando de leer libros en formato físico (por cuestiones prácticas, más que nada) y me queda claro que a una parte considerable de las personas que leen con frecuencia en Cuba les sucede lo mismo. Soy un defensor del libro digital. Últimamente solo compro libros en formato físico que ya haya leído y que me hayan gustado. El formato físico se ha convertido para mí en un placer agregado. Y creo que el impulso que se le quiere dar al libro digital en Cuba es necesario, sobre todo teniendo en cuenta la cantidad de títulos que se agotan en librerías (y nunca se reimprimen) y a los que luego uno no tiene forma de acceder. Sin embargo, me causa una dolorosa sospecha que ese impulso coincida con la crisis del papel y con la actual reestructuración de la industria del libro en Cuba.
Mi sospecha es que como la mayoría de los parches y las alternativas momentáneas que aparecen ante un problema determinado (recordemos que el peso convertible era una alternativa momentánea, fue anunciada como tal), el libro digital se convierta en una salida fácil para las ineficacias estructurales durante los años que están por venir. No creo que Cuba esté preparada para depender del libro digital. Necesita actualizar su industria editorial, como mismo necesita tener mecanismos de promoción y distribución mínimamente funcionales (es obvio que no los tiene), pero precisamente porque la gente no está adaptada ni muchas veces tiene la posibilidad (aunque algunos lo olviden, no todos los cubanos tienen una computadora personal o un Kindle) de consumir libros digitales es una pésima idea depender de ellos, en un tiempo en el que se recorten los presupuestos para la cultura, o que por razones burocráticas esos presupuestos no se traduzcan en la satisfacción de la necesidad de consumo cultural de la gente.
No existe una auténtica cultura del libro en Cuba. La gente no consume masivamente libros, vayan a las librerías y hablen con los libreros y lo comprobarán (no me refiero a la librería de la UNEAC, me refiero a las librerías municipales, polvorientas y fantasmales, que hay esparcidas por el país: Cuba no es el Vedado). La Feria del Libro es un mecanismo terrible, tal como funciona actualmente, porque encadena y atrofia los planes editoriales en función de un único evento mediático, de solo unos días, que es televisado como prueba irrefutable de la cultura del cubano promedio. La Feria del Libro ofrece ese espectáculo carnavalesco a costa de mutilar la vida editorial cubana durante el resto del año (y en el fondo la mayoría de sus ventas son libros para colorear y suplementos similares que únicamente sirven para inflar cifras). Sin embargo, dentro de esas cifras infladas hay un número real de lectores, por pequeño que sea: gente que de forma muy esporádica lee novelas policiales, gente que lee libros de Ciro Bianchi y gente que sigue a autores jóvenes contemporáneos que ganan premios de cuento o de poesía. Esepúblico real va a desaparecer si empiezan a reducirse de manera drástica las tiradas bajo la excusa de que dichos libros están disponibles en formato digital.
No me parece imposible que (teniendo en cuenta nuestra innegable habilidad para hacer las cosas mal, ser perezosos, facilistas y mediocres) la Feria del Libro dentro de poco acabe siendo un evento donde solo se presenten las grandes tiradas del año (libros metidos a la fuerza en los planes editoriales, porque hay funcionarios que creen que para que la gente lea sobre x tema, por ejemplo, Vietnam, basta imprimir diez mil ejemplares de un libro sobre ese tema), y donde se copien en memorias flash libros en pdf sobre todo lo demás, ante un público indiferente que les pasará por al lado y se irá a comprar una caja de pollo frito. No me parece imposible que se les paguen derechos de autor a los escritores por libros que solo tengan veinte o treinta lectores reales, y que se forme un universo editorial platónico, de lectores y escritores platónicos, enmascarado por la prensa siempre triunfalista y sobre todo por la floración anual de egos que se produce en febrero en el marco de la Feria, donde cada uno hará creer a sus amigos que es un autor publicado y vendido y con envidiable éxito (parecido a lo que pasa ahora, pero todavía más absurdo).
Ante el desinterés generalizado de la población cubana por la lectura, nuestra única arma era que los libros existían: eran objetos, pesaban, uno sentía que valían algo y que para algo servían. La mayoría de los temas no nos interesaban, estaban pobremente escritos, los diseños de cubierta eran malos, llegaban con tres años de retraso a las librerías, pero al menos ese valor que llamo agregado o suplementario que es el formato físico hacía que la gente los comprara, los dejara en el librero, y quizás algún día los abrieran y se los leyeran. Sin eso, no nos queda literalmente más nada.
La reestructuración de la industria editorial es necesaria. Es necesario que se tenga en cuenta el mercado, que no se impriman diez mil ejemplares de un libro que no se vende, tal como ha pasado hasta ahora, y que uno que tenga buena acogida en el público y en la crítica no demore diez años en reimprimirse. Sin embargo, es necesario igual que el libro siga siendo subvencionado hasta cierto punto. No sé qué pasará cuando se unifique la moneda y se suprima la tasa de cambio que mágicamente hace ver en verde las cuentas que están en rojo, pero me preocupa que se le exija al libro en Cuba, con una urgencia y una violencia que la industria editorial no está preparada para asumir, la tan ansiada rentabilidad económica. Y que como respuesta a su probable irrentabilidad se promueva el libro digital como un falso consuelo, y los derechos de autor de esos libros imaginarios como una limosna al sector intelectual cubano.
Me he basado quizás demasiado en la especulación, pero algo me impulsa a pensar que mis preocupaciones son compartidas por muchas otras personas. Deseo una industria del libro competente y dinámica, una donde no se publiquen libros de cierto autor solo porque es cierto autor, sin tener en cuenta la calidad de lo que produce ni la demanda real que tienen sus escritos (de paso, también deseo que las revistas estatales cubanas nazcan, crezcan y mueran de manera natural, atendiendo a su demanda, y que no sean en buena parte fósiles inamovibles, no quiero poner ejemplos, pero de seguro algunos nos vendrán a la cabeza). Y dentro de ese sistema paradisíaco que deseo el libro digital no dudo que juegue un papel importantísimo, pero solo sería una opción: una opción para los escritores, una opción para los editores, una opción para los lectores. No un salvavidas de plomo.