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La Feria Internacional del Libro en Cuba ¿Es realmente para el libro?
Ya se dio inicio a la edición 28 de la Feria Internacional del Libro en Cuba, comienzan a pasar los spots en la televisión y a colgar los carteles de siempre con el “nuevo” diseño: “País invitado de honor: República Argelina Democrática y Popular, dedicada a Eduardo Heras León…del 7 al 17.” Todos los años se moviliza La Cabaña en febrero para tener una semana dedicada a la literatura, un nuevo país invitado, una nueva personalidad de la cultura cubana a la cual le dedican la cita, todo se hace aguas ante la inmanencia que, por años, invade a la celebración.
Los amantes del libro son derribados por una tristeza antigua y tediosa. El porqué es simple: la Feria Internacional del Libro en Cuba no tiene como prioridad al libro. Lo que sobresale son los revendedores de juguetes, los establecimientos gastronómicos, las estampitas y los pullovers de fútbol. Cada febrero lo mismo, un viaje en p11, una cola extensísima, prácticamente en vano. Es tarea difícil encontrar un buen libro en medio de aquel caos.
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Ha pasado mucho tiempo desde que escuché a algún amigo lector emocionarse por el evento: “la única opción son los quioscos de libros usados”, me dicen. Los libros usados llegan a esta feria de brillantinas con necesario oportunismo, traen clásicos de literatura, filosofía, arte y todo cuanto quieras si llegas a tiempo; sus precios no se ajustan al estándar estatal pero los compramos, los compramos porque un libro viejo siempre es mejor que ningún libro.
La feria está aquí y el que no puede vivir sin leer dará una vuelta, recorrerá los puntos de venta, tal vez compre un libro y luego vuelva a su casa hastiado del bullicio, el reggaetón, las personas empujándose, el repugnante olor a pollo frito y todo el color de las pegatinas. El rescate del sentido principal en esta celebración es una esperanza que guardan muchos, al menos a mí me gusta pensar que en cada febero podría ser diferente.