
Youtubers, por Iván Camejo
El desarrollo de las redes sociales y el internet ha cambiado no sólo la manera de ver el mundo que nos rodea, sino nuestros propios métodos de aprendizaje y creación. Hoy resulta más fácil y rápido (la rapidez es una de las cualidades que nos exige esta nueva realidad tecnológica) buscar información en un ordenador que en una biblioteca. Sin embargo, aún cuando ambos medios ofrecen la misma infinidad de posibilidades, la biblioteca era capaz de ofrecernos un conocimiento más completo. La realidad actual es que nuestra visión se va construyendo a partir de fragmentos que cuando se juntan crean un todo imperfecto, desconocido en su esencia toda vez que nuestra “sed de conocimiento” se logra saciar en la apariencia, en lo más superficial de cada cosa.

Es por eso que hoy, en vez de sabios, tenemos influencers, y en vez de maestros, tenemos youtubers. Ambos conceptos constituyen hoy en día el centro de la vida de una generación que vive más dependiente de la tecnología que del oxígeno.
Nadie de mi generación hubiera encontrado divertido pasarse horas viendo un video de un desconocido jugando en su computadora, o de una joven que, con un acento como si le hablara a niños pequeños, se maquilla frente a un espejo, hornea galletas o simplemente nos enseña su cuarto por dentro. Para nosotros era impensable, para muchos jóvenes de ahora es el centro de sus vidas.
La moda es tan universal que hasta en Cuba, con los precios y las limitaciones del internet, ya se habla de youtubers, aún cuando el número de seguidores es bastante pobre, pero al menos es nuestra versión tropical del asunto y no se puede negar que los muchachos son simpáticos por lo menos.
Los youtubers son a mi entender la expresión de un nuevo ser humano que, al no estar suficientemente preparado para la vida real, puede sobrevivir entretenido en un más allá virtual donde la gente se asoma a vernos, y donde con un par de golpes de teclado podemos eliminar todo lo que se nos reproche y dejar solamente los elogios. Creo que muchos no serían capaces de lograr algo fuera de ese mundo que han creado y donde virtualmente tienen éxito y algunos, dinero. ¿Son necesarios? Para mi generación no creo, para los millennials sin dudas. Es bueno que existan y que hagan sus vídeos y su negocio como también es bueno decirles que muchas veces me parece una tontería lo que hacen.
El año pasado un niño que se dedica a desempaquetar juguetes y mostrarlos a cámara (Ryan Kaji, de Ryan’s World) ganó 22 millones de dólares solamente por eso. Su canal tiene 23 millones de seguidores y está considerado una estrella en esta plataforma. ¡Felicidades!
Quien le escribe este texto ha tenido, en la vida real, sentados frente al escenario, 5 mil personas de carne y hueso aplaudiendo, lo cual no me ha dado tanto dinero, pero sí una satisfacción infinita, una alegría que ya en estos tiempos muy pocos sabrían entender.