
Vitraleras: un oficio para una ciudad de 500 años
Adriana de la Nuez e Irena Martínez llevan adelante un oficio que ha estado indisolublemente ligado a la historia arquitectónica de La Habana. Aun cuando ya han pasado 500 años, es imposible pensar la ciudad sin la presencia de los vitrales, que durante siglos han sido protagonistas de sus edificios e iglesias.

Ser vitraleras en una ciudad de tanto tiempo no es tarea fácil, menos todavía cuando ese término es cada vez más ajeno entre la gente. Por eso, no solo se han dedicado a la restauración de vitrales antiguos y dañados (que están por todas partes de La Habana), sino que se han lanzado a la labor de diseñar y crear otros nuevos, que se adapten a todos los gustos e intereses. Ese es su aporte al rescate de nuestra ciudad.
Adriana e Irena se conocieron mientras cursaban sus estudios en la escuela Gaspar Melchor de Jovellanos, en la especialidad de Restauración de Vitrales. Luego, decidieron matricularse en la Universidad de San Gerónimo de La Habana, en la carrera Preservación y Gestión del Patrimonio Histórico Cultural. Casi a punto de graduarse, ambas se dieron cuenta que tenían el mismo sueño, y les iba a ser imposible cumplirlo desde la ubicación laboral que se les había asignado: querían abrir su propio taller de vitrales.

Muchos años y gestiones tuvieron que pasar hasta que, en septiembre de 2014, pudieron abrir su primer local, en el antiguo convento de Santa Clara. Ahí estuvieron hasta noviembre pasado, cuando se trasladaron para su actual tienda-taller, en el número 527 de la calle Aguiar, entre Teniente Rey y Amargura.
Desde Vitria, Adriana e Irena se dedican a un sinnúmero de funciones. No solo realizan la restauración de vitrales emplomados o con soporte de madera (que son los más comunes en el Centro Histórico), sino que diseñan vitrales para particulares o estatales y crean pequeñas piezas con cristales, como aretes, collares y elementos decorativos. Al funcionar como una cooperativa, tienen acceso a materiales que no se comercializan en Cuba. Los diferentes colores y tonos de vidrios que emplean son únicos, lo que las lleva a asumir aún más encargos.

“Cuando tenemos un encargo, vamos a la casa del cliente, vemos el espacio con el que cuenta, los colores que se pueden emplear y el tipo de diseño que más le conviene. No es lo mismo hacer un vitral para una casa colonial que para una casa de los años cincuenta en el Vedado. Excepto en dos ocasiones, somos nosotras las que hacemos el diseño y le presentamos las propuestas al cliente. El tiempo de elaboración depende de la complejidad, puede ser desde dos días hasta dos meses”, comenta Adriana para VISTAR.
Además de trabajar con particulares, estas vitraleras también reciben encargos de instituciones como la Oficina del Historiador. Para este último realizaron la restauración de los vitrales con soporte de madera del Palacio del Segundo Cabo, así como del vitral que se encuentra en la capilla de la sede de la Alianza Francesa en el Palacio de Prado.
“Cada trabajo es un reto. Siempre nos pasan cosas nuevas y estamos constantemente aprendiendo”, afirma Irene. “En la escuela-taller no nos enseñaron a restaurar vitrales pintados o pintar, eso tuvimos que aprenderlo nosotras. Aprendimos mucha carpintería en un año y medio, y luego en seis meses aprendimos a cortar vidrios”.

Adriana e Irene también llevan dos experiencias en Airbnb. “Tenemos una que es un recorrido por la historia del vitral en Cuba y La Habana Vieja y en la otra les mostramos a los clientes cómo es el proceso de hacer un vitral, y ellos participan haciendo el suyo propio”.
“Creo que si algo nos distingue es como esperamos que nos vean, no solo a nivel del emprendimiento cubano, sino también en la comunidad. Queremos que se nos conozca, que sea un taller a puertas abiertas, un lugar al que se pueda venir a intercambiar. Queremos hacer talleres con niños los fines de semana, para que aprendan lo que es un vitral, y lo que somos nosotros como vitraleras, más allá de cristaleras. Queremos que la gente sepa que los vitrales son objetos patrimoniales y que La Habana está lleno de ellos”.