
Odette – Odile despiertan en nuevos tiempos
Ha sido grato, por una parte, volver a las funciones recientes de la temporada de El lago de los cisnes que por más de un mes ha regalado el Ballet Nacional de Cuba en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso. Un público fiel que no ha dejado de llenar cada noche las 1100 butacas del coloso de Prado.
Como siempre, me explico. La temporada, en extremo larga, dejó varias alegrías, y en este texto enunciaré en dos palabras una de las principales: Claudia García.

Claudia es un caso extraño en el Ballet Nacional de Cuba, lo digo desde el cariño y el respeto a todos los integrantes de la compañía cubana. Pudieran incidir muchos factores: rápidos cambios en la plantilla, necesidad, talento, inteligencia. Pero la verdad es que ha sido uno de los estrenos más celebrados de los últimos tiempos en, tal vez, uno de los roles más exigentes del repertorio clásico universal.
Y es que, tan joven, a Claudia creo solo le queda el reto de Giselle para haber bailado los clásicos cubanos, y aun no llega a los 25 años de edad. No se trata solamente de haberlos bailado, sino que el estándar de calidad ha comenzado alto para alguien de su experiencia.

El buen gusto y contención de esta joven bailarina hacen pensar en un futuro brillante para ella. Es tan difícil encontrar ese equilibrio entre ambos personajes, pero, sobre todo, la sutileza que separa el gesto, la mirada, las intenciones marcadas de Odette-Odile.
Claudia maneja la música a su antojo y la siente por el cuerpo, como si toda la vida hubiera estado hecha para este rol. Y, conste, que era su estreno. Escribo con emoción porque solo puedo imaginar cuanto pudiera evolucionar con el tiempo y consejos precisos. Tiempo al tiempo.
Pero, no solo Claudia ha sido protagonista. Hablemos de Raúl Abreu y Adrián Hernández. Raúl es joven, pero ya ha bailado acompañanando a la primera bailarina Sadaise Arencibia en este ballet. Cada día mejora sus maneras y su capacidad como partner; Adrián es una sorpresa de contención, sin alardes ni efectismos, sirviendo a la escena con su baile preciso y sin pirotecnia.

Hablemos de Ginett Moncho. No la dejo para el final por razón particular. Ginett es una bailarina madura, de belleza invaluable y que ha sabido usar su cuerpo y su técnica a su favor para darnos una Odette-Odile segura y arrojada, dando todo en cada momento de la trama.
Volvamos a un tema recurrente: el cuerpo de baile. Siempre se mira a las primeras figuras, pero son estos bailarines quienes sostienen la historia y la construyen. Entonces, cuando no se entiende el personaje, o se conversa, o el pas de trois o pas de six pierden el ritmo en la música, o las danzas del III acto pierden consistencia y lucen regadas en demasía; entonces se pierde el sentido de El lago de los cisnes.

Eso, claro está, no es culpa solo de los bailarines. Hagamos una revisión y entendamos la importancia de cada rol dentro y fuera de la escena, el legado que se carga sobre los hombros más allá del mercantilismo, las giras, el dinero o la fama. ¿Dónde quedó el bailar por el goce de hacerlo? Ojalá se entienda y la labor titánica que comienza ahora no sea en vano.