Juan Padrón: lo que no nos contó Elpidio Valdés
La cita era a las diez de la mañana. El objetivo me lo habían soplado al oído pocos días antes. “No le comentes a nadie”, me dijeron, y yo no lo haría, desde luego. En estos asuntos, y con semejante personaje, nunca está de más la cautela. A fin de cuentas, si se enteran… Todo el mundo va a pensar que Elpidio no encaja en el perfil de VISTAR, pero yo creo que sí.
Con mi vestido blanco, algunas ilusiones y un buen amigo me voy al lugar pactado, pero el encuentro con la mirada de Juan Padrón confirma lo que unos minutos antes ya me han anticipado: resulta que nos envió ese correo extraño, que quizá no pueda ser, y las pocas mariposas que aleteaban en mi estómago se han ido con su vuelo a otra parte. Me dicen que ha tenido que salir repentinamente a una misión secreta. (No sé si saben que se anuncian nuevos combates, pero de eso les cuento más tarde).
Desde las paredes de la casa donde ha vivido en tiempos de paz se nos presentan los rostros de Elpidio –“el de verdad”- y otros menos familiares. Imagino cómo fue su infancia en la manigua. No es muy difícil. A fin de cuentas, le tocó mostrarse en las facetas más inusitadas antes de que los reality shows se pusieran de moda. En la tienda donde su madre lo preservaba del combate lo escuchamos decir las primeras palabras: “tiros, balas”, con ese acento del oriente cubano que siempre vuelve.
Recordamos su torpeza compartida con Palmiche, y cómo fueron poco a poco acoplándose, hasta adivinarse las travesuras y el siguiente movimiento. Y el descubrimiento, la fascinación por María Silvia, esa mujer hermosa, siempre tan sobria, que le ha dado un hijo, pichoncito de mambí que quizá nos regale, más temprano que tarde, alguna travesura. Lo vemos engatusar a sus rivales: más maña que fuerza, pero si se hace inevitable desenvaina el machete y ¡ya tú sabes! Si “la cosa” aprieta y las municiones escasean, ya se hará el ingenio, con Elpidio al frente, y le escucharemos quejarse al soldadito español: “Mambises, no tiréis con ventanas”.
“Él no cree en nadie”, ha dicho el autor de su balada, pero sobre todo no cree en un destino de mármol. Vivito y coleando, encajado en su perfil heroico del siglo XIX, pero sin máscara ni almidón, 100 por ciento cubano, Elpidio Valdés asiste de algún modo a la conversación. Su creador, Juan Padrón, accede al coloquio bastante desordenado. Ideas sueltas que nos hablan de la historia y el humor, de los “ponedores de peros”, y de lo que está por verse en las nuevas aventuras de este pequeño mambí que, con sus 45 años, conserva aún el rostro joven.
Una de las cosas que sobresale en Elpidio, el personaje “histórico”, es su sentido del humor. Tengo la impresión de que en estos temas somos muy solemnes.
Hemos sido así toda la vida. Pero si te lees los diarios de campaña de los soldados mambises te das cuenta de que eran unos jodedores. Todo eso está en Elpidio Valdés.
Ciertamente, uno se educa sintiendo que esa es su naturaleza y que la vida –por muy seria que se ponga– se puede mirar también de esa manera. ¿Nadie puso reparos en la manera de enfocar un personaje como este?
Hubo peros: que los acordes de la canción de Silvio empiezan con el Himno Nacional y eso había que estudiarlo, que Elpidio se parecía mucho al Súper Ratón, que está en harapos y los niños a lo mejor querían copiar eso, cosas sobre María Silvia, opiniones. No ha sido “jamón”, siempre ha sido complicado, y muchas de esas objeciones eran para quitarle la frescura, para limitarlo. Esto pasaba no solamente con las películas sino en las historietas. Recuerdo una que ocurre en Marte y hay un mono gigante que lo agarra y se lo traga, y en el momento en que va cayendo él grita: ¡Viva Cuba libre! y unas malas palabras. Claro que no salían las malas palabras, sino los caracteres que lo indicaban, pero eso estaba “mal”.
También hubo gente como Santiago Álvarez, que era un artista, un tipo muy intuitivo, y todo lo que decía daba luz. Él me recomendó, entre otras cosas, que no lo dejara sin sombrero, y yo probaba y probaba pero no me gustaba ninguno, hasta que encontré ese con el que sale siempre.
¿Hay algún mensaje oculto o subliminal en los dibujos de Elpidio Valdés?
Nosotros trabajábamos en función de la historia que estábamos contando, no había metafísica. Otros realizadores, como Tulio (Raggi) sí lo hacían, y seguramente era muy divertido, pero yo con Elpidio no lo hacía. Por ejemplo, hay una escena en que vacilábamos cómo hablaban los burócratas. Había dos guardias españoles hablando con Elpidio en un puente y Resóplez y el otro oficial están pidiendo ayuda y los soldados responden algo así como: “Un momento, señor mío, que está orientado…”. Esto respondió a una situación burocrática que nos afectaba entonces en Dibujos Animados (ICAIC), pero salvo ese caso y algún otro, no solíamos hacer eso en las aventuras de Elpidio. Sucede que hay cosas de humor que cuando pasa el tiempo y las sacas de su contexto ya no entiendes de qué trataban. Diez años después no sabes de qué se estaba hablando. Y yo he intentado evitar eso con Elpidio.
Elpidio les da bastante cuero a los españoles. ¿Alguien se resintió al respecto?
Cuando Elpidio se vio en España siempre hubo algún exaltado que se sintió agredido. Nos pasó una vez, pero con “el bonche” lo resolvimos. Cuando algo así sucede tú empiezas a vacilar y lo neutralizas, porque siente que se pone en ridículo. Pero la mayoría del público allá se queda (simpatiza) con los mambises y con los soldaditos españoles. Los traidores son otra cosa. A esos sí los lleva recio Elpidio Valdés.
El diseño de Elpidio se basa en una línea muy simple, pero en alguna ocasión lo estilizaste. Da la impresión de que no resultó.
Le cambié el diseño en una serie, pero a la gente no le gustó. El público es implacable: decían que no era Elpidio. Era más estilizado, el bigote más sencillo, y dos o tres detalles más.
¿Y cómo supiste que no gustaba?
La gente lo decía en la calle. Una vez hicimos un Elpidio al que le comprimimos la voz en sonido, no me acuerdo por qué. Y la gente decía: “¡Le cambiaste la voz a Elpidio!” El público está pendiente de todo eso.
Ocurre más o menos lo mismo con el contexto en el que se mueve Elpidio. Eso llama la atención, porque es un período histórico muy corto, en el que además, a pesar de ser una historia heroica, no ganamos la guerra.
Nosotros no ganamos la guerra, pero estaba ganada. Los mismos españoles dicen que había tropas que no querían pelear porque había autonomía, entonces lo que hacían era marchar sin combatir. Evitar el combate. España dominaba las grandes ciudades, los poblados grandes, pero los chiquitos y los campos eran de los cubanos. El ejército español no tenía uniformes, las tropas estaban desmoralizadas. Tres combates con los yanquis y se rindieron. Los cubanos sí le partieron el espinazo al ejército español. No se pudo poner la bandera porque los Estados Unidos, aunque éramos sus aliados, nos trataron como un país ocupado, y todavía hoy muchos estadounidenses tienen el concepto de que Cuba les debe la independencia.
A veces pienso –y no sé si fue orientado o salió así, natural– que Elpidio sirvió para reconectar a la gente con una noción de la historia nacional que probablemente estaba bastante desmontada en los 70s.
A mí nadie me orientó nada. Mira, cuando niño algunas veces fui a ver a un amigo de mi papá al Centro de Veteranos de Cárdenas, donde estaban los mambises viejos. Eran un montón de señores viejos, y había cuadros de aquellos tipos con sus estrellas. Lo que yo veía, sin embargo, eran los vaqueros, los soldados americanos. Todo lo que había era de Estados Unidos. Cuando empecé a dibujar a Elpidio Valdés no sabía cómo eran los uniformes ni las armas ni los grados de los españoles.
Cuando Fidel habló de los cien años de lucha, y reconectó todo eso con la etapa más reciente, y empezaron a aparecer los libros por el centenario de la guerra de independencia, hasta el diario de campaña del caballo de no sé quién (sonríe), me los compré y eso me ponía la imaginación a millón: los combates descritos por Roa, y las crónicas de Miró Argenter. Y me dije: tengo que hacer un personaje que sea un mambí. Había pensado hacer un personaje de aventuras, que se moviera por toda América Latina, que fuera al Sahara, una aventura donde pudiera poner nieve, desierto, para divertirme. En cuanto pensé que sería mambí me propuse que fuera una cosa divertida, pero que tuviera rigor histórico, como ocurre en Asterix con las costumbres de los galos. Es cómico, pero no hay errores históricos.
¿Y por qué Elpidio no se mueve con los tiempos? ¿Por qué permanece en el siglo XIX y dentro de ese siglo, en un período tan corto?
En la película esta última de la serie él llega a los años 30 del siglo XX y se le ve en una moto. La gente lo rechazó totalmente. Pienso que no tenía que haber usado a Elpidio, que si hubiera puesto otro personaje hubiera colado, pero Elpidio no puede hacer eso. Él es del siglo XIX y es un mambí que vive en ese contexto y no sale de ahí porque si lo hace pierde su esencia. Hay “iluminados” que vienen y me dicen: hace falta que Elpidio ayude a la campaña de recoger botellas, y no puede hacerlo porque no es él. Sin mi permiso hicieron unos muñecos horribles donde se ve a Elpidio con una bazooka fumigando a Resóplez.
Ese tipo de descontextualización acaba con el personaje. Elpidio no puede hacer esas cosas. Sí puede, a través de una historieta, decirles a los niños que hay que prepararse para los exámenes como se preparan los mambises para un combate. En una ocasión lo hice y los niños lo entendieron. Pero Elpidio no viene al siglo XXI a decirle nada a nadie. No lo puedes sacar de ese universo.
Una vez, delante de Fidel, que estaba viendo una pintura de Elpidio Valdés, alguien empezó a decir que Elpidio tenía que ir para la Sierra. Y yo un poco preocupado porque pensaba: y si Fidel se vira y dice “sí, chico, ¿por qué no haces una historieta sobre Elpidio en la Sierra…?”. Pero lo que dijo fue: “lo que haga Padrón con Elpidio Valdés es un problema de Padrón”, y ya eso me liberó.
Desde los 90 no teníamos una nueva aventura de Elpidio Valdés. Las que se anuncian, ¿son “retakes” o nuevas?
Nuevas.
¿Y qué podemos esperar?
Es una temporada de varios capítulos de hasta 10 minutos, para luego pasar otra vez a los largos. La técnica de Adobe Flash, que se anima directamente en la computadora, no es como el acetato pero se pueden hacer cosas muy parecidas a las originales. En esta que estamos haciendo ahora la imagen es muy bonita, con el estilo de dibujo original, y los fondos como los de los primeros episodios de Elpidio. Es bastante trabajo: tenemos que dibujar las bocas, los ojos, el cabello…
¿Sigue aportando historias la guerra de independencia?
¿Tú conoces a la señora vestida de mambisa con la bandera que salió en la revista Bohemia? En las guerras de independencia, las mujeres no llegaron más allá del grado de capitán. Pero mujeres que cargaron al machete como los hombres hubo muchas, negras. He ido recogiendo esas historias y pienso hacer un personaje basado en ellas. Y tengo también a Juvenal, un negro que es la candela y es socio de Pepito, el de la trompeta.
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