Más que aplausos para Chucho Valdés
Creo que nunca había escuchado tantos aplausos en mi vida. Desde que Chucho Valdés salió al escenario de la sala Avellaneda, hasta que terminó su concierto dos horas después, el público no paró de emocionarse.
Fue una noche de improvisaciones. Y es que, cuando se trata de jazz, sabes cómo comienza una canción, pero nunca cómo acaba. Músicos y espectadores se dejan llevar por el feeling de un género que hasta el 21 de enero está de fiesta en La Habana y Santiago de Cuba.
El concierto abrió con la banda Valdés Brothers, conformada entre otros por Leyanis y Jessie Valdés, dos de los hijos de Chucho. “Esto es parte de la semilla. Ahora le toca al viejo Valdés”, dijo a modo de broma antes de sentarse al piano.
La primera pieza que tocó fue “Rumbón”, perteneciente al disco Briyumba palo Congo (1999). La mezcla de instrumentos volvió a demostrar cómo se hace jazz cubano.
Con Chucho sientes que es verdad que la música es el lenguaje universal. No necesitas haberlo escuchado alguna vez, ni siquiera ser seguidor del jazz; es inevitable perderte con él, no sentir el ritmo que a veces relaja y otras, da unas ganas tremendas de bailar.
Fue una noche de licencias. Por primera vez, y sin previo ensayo, tocó con su grupo “Sherezada”. Esta canción, convertida en blues, la sometió al criterio del público, que le respondió de pie y entre aplausos.
Como si la noche no hubiese sido completa, Chucho llamó un invitado especial al escenario.
“Es un honor presentar a uno de los grandes saxofonistas de todos los tiempos”.
Segundos después apareció Joe Lovano. Quienes lo escuchaban por primera vez entendieron por qué Chucho Valdés lo presentó de esa manera. Quienes esperaban verlo en otro momento del Festival Jazz Plaza vivieron un momento único.
Dos horas no fueron suficientes. Por eso, cuando se despidieron, el público no se movió y siguió aplaudiendo. Para complacerlos, Chucho y Lovano volvieron y regalaron un tema más.