Gabriel Dávalos: entre la zapatilla y el lente
Desde hace tiempo quería entrevistarlo. Siempre me pareció que detrás de esas fotografías tenía que haber alguien con una sensibilidad especial. Pero también sentía que tenía que haber dolor, mucho dolor, o al menos una historia de resistencia.
Después me enteré que durante diez años de su vida fue fotógrafo sin cámara. Asistía a las funciones de ballet y guiñaba el ojo o hacía un sonido para marcar en su memoria los momentos que le gustaría fotografiar. También supe que su primera cámara fue un regalo, porque no tenía dinero para pagarla.
Me cuenta que conoció a García Márquez cuando tenía dieciséis años, y que su padre lo llevó casi a rastras a pedirle un autógrafo. Pero entre periodistas no se piden esas cosas, o al menos eso le dijo el escritor. Desde ese momento tuvo claro dos cosas: primero, que nunca idolatraría a nadie, y segundo, que quería dedicar su vida al periodismo.
¿Cómo ha influido tu formación periodística en tu quehacer como fotógrafo?
“Las herramientas que te da el periodismo son esenciales para entender la fotografía. La forma en que uno desmonta la realidad y se acerca desde su perspectiva a ella es, en mi caso, esencialmente periodística”.
¿Por qué fotografiar bailarines? ¿Qué te hizo interesarte por el mundo de la danza?
“La danza tiene una sensibilidad que le hace falta a esta sociedad herida de tantos años de resistencia, y tiene una sensibilidad especial para conectar o reconectar a la gente. La danza tiene el don de sentar en la misma mesa a personas que no lo harían por otra razón, personas que ideológica, política o culturalmente nunca se pondrían de acuerdo. Por eso es que escojo la danza y la fotografía como lenguaje”.
“Recuerdo que yo estaba en la facultad de periodismo, y nunca había ido a un espectáculo de danza. Un par de amigos me llevaron a entrevistar a una muchacha que acababa de ser promovida a primera bailarina. Ella nos invitó a su función el fin de semana, y fuimos. Resultó ser Viengsay Valdés, que tendría alrededor de veintitrés años. Ese día fui, y al salir dije: ¿cuándo hay otra función? A partir de ahí me conecté con la danza”.
“Me parecía interesantísimo contrastar la idea de los bailarines en el escenario con ellos absolutamente iguales a nosotros, en su vida cotidiana. Así estuve durante diez años, yendo al ballet sin tener cámara. En aquella época no había ni celulares”.
Gabriel me cuenta que su deseo por convertirse en fotógrafo era más grande que nada, y lo llevó a escribirle a un fotógrafo italiano amigo de su familia para que le vendiera una cámara. Le dijo que en ese momento no tenía nada de dinero, pero que algún día (sin saber cómo ni cuándo) se la pagaría.
“Él me dijo que me la iba a regalar, que era budista, y que, haciendo el bien, el bien se le retribuía. Me dio la cámara y ese día por la noche fui a tirar fotos en el ballet. Tiré cuatrocientas, y ninguna sirvió. Me di cuenta que una cosa eran los sueños y otra, dominar la técnica. Así que estuve un año estudiando solo, hasta que estuve preparado”.
Aunque en algunas de tus fotos encontramos figuras masculinas, tu arte se ha centrado innegablemente en la mujer. ¿Por qué?
“La mezcla entre la espiritualidad y la carne femenina es la belleza, es el arte en sí. Yo parto de que lo que hago me tiene que gustar, y me parece extraordinaria la concepción de la vida humana en una mujer, es bella en todos los sentidos. No es solo tirarle la foto, es tratar de entender qué pasa allá adentro”.
Pero las fotos de Gabriel no representan a ese objeto de deseo que es la bailarina impecable, etérea, como las que dan vueltas encima de las cajas de música. Sus modelos no responden a cánones ni normas sociales; son hermosas porque lo son.
“En mis fotos te encuentras que a veces las muchachas no están impecablemente vestidas, te las encuentras con ropa de ensayo, sudadas, sin maquillarse o peinarse… No es la belleza estética de la mujer, es su belleza natural”.
“Además, la bailarina en la historia es un mito de sensualidad, de mujer libre e independiente. Me apropio del protagonismo que tienen en la danza para llevarlo al protagonismo que tienen en la sociedad, o que debieran llevar”.
¿Has tenido algún referente en tu carrera, o alguien que te haya inspirado?
“La verdad, solo te puedo hablar de una cosa, que no es siquiera un referente. Una vez me encontré de casualidad una foto de Tito Álvarez, tomada en los años ’40, que son las Willis entrecruzándose. Ese fue mi punto de partida, lo que me hizo decir: yo quiero lograr cosas como esta”.
En tus fotografías vinculas el mundo de la danza con escenarios cotidianos. ¿Hay alguna intención de crítica social en eso?
“Yo trato de expresar lo que tenga que decir sobre esta realidad, sobre esta sociedad. La fotografía es un acto muy intelectual, más que técnico. Me centro mucho más en la parte creativa para saber qué quiero decir, y desde ese punto de vista trato de contar la historia de lo que somos, resaltando algunas cosas de esa realidad que me parecen necesario destacar, para alegría o dolor. Creo que la fotografía vale la pena si es útil”.
En muchas de tus fotos aparecen bailarinas desnudas en espacios públicos. ¿Cuál ha sido la foto más difícil que has hecho?
“Hace unos días hice una foto que era un desnudo en los arrecifes de la entrada de la bahía, y la bailarina se cayó de espaldas. Se cortó la pierna, la espalda, y al otro día tenía que incorporarse a la gira por España y bailar El lago de los cisnes. Cuando se cayó no estaba lograda la foto, y hubo que seguir, con su pierna con sangre, con hematomas. Le encontramos una salida conceptual a eso: las heridas son parte de la vida, de La Habana, de Cuba. Fue una experiencia difícil. Con los desnudos, la verdad, no ha habido problemas, la gente colabora”.
¿Cómo logras esa conexión con las bailarinas cuando tienes que fotografiarlas desnudas?
“Primero conversamos, y luego venimos aquí, a mi casa, y hacemos un ensayo. Los bailarines tienen una memoria física, el cuerpo recuerda los movimientos y las poses que ensayaron. Aquí logramos que la pose exprese lo que queremos, que tenga la elegancia que debe tener. Cuando lo logramos aquí, al llegar al lugar de la foto, nos demoramos entre dos y tres minutos”.
“En ese proceso, primero de conversar y después aquí, uno va rompiendo la pena, porque a mí me da pena, igual que a ellas. Cuando fluye como un proceso de trabajo, cuando todos se dan cuenta que estamos en función de lograr una imagen, la pena empieza a desaparecer. La primera foto es dificilísima, pero una vez que ellas rompen el hielo se conectan con lo que estamos haciendo”.
¿Cómo reacciona la gente cuando ve a una bailarina quitándose la ropa en medio de la calle?
“Hay quienes se ríen, hay quienes se asombran, hay quien se ruboriza…, muy pocos se quedan mirando fijo. Cuando la gente ve que hay un fotógrafo trabajando con una bailarina, entienden lo que está pasando. Nunca ha pasado que alguien vaya a meterse con ella; ni siquiera se acercan, incluso miran con pena”.
Gabriel Dávalos es un nombre que se asocia directamente con la danza, ya sea por tus fotografías o los libros que has publicado. ¿Has pensado transgredir esta frontera? ¿Te gustaría ser conocido por otra cosa?
“Agradezco que se me asocie con eso, es el resultado de años de trabajo. Lo que me agrada no es que reconozcan a Gabriel Dávalos, lo que me gusta es que las personas conozcan las fotos. Ser conocido, reconocido o asociado, lo agradezco, pero lo que más importa es que las fotografías acompañen a las personas”.
“Yo siempre digo que son las personas quienes le ponen las alas a las fotos”.
“Las fotos son como espejos que reflejan a quienes las observan. Lo que tú ves en ellas, lo que te conecta, está en ti. Si tu alma estuviera vacía, nada te conectara con eso”.
“Me encantaría que las fotos sigan acompañando a la gente, en sus teléfonos, en sus escritorios, en sus casas, pero ser conocido por otra cosa… ni por esa ni por otra”.
¿Hay alguien a quien sueñes fotografiar?
“Fotografiaría a cualquier bailarina del mundo”.