Eusebio, las piedras también te lloran
Camino, repaso cada detalle como intentando evocarlo nuevamente. Cada pedazo de esta ciudad tiene su impronta y respira su desvelo. Andar La Habana será sinónimo de su vida, con sábanas blancas en cada balcón que gritarán su nombre, su obra incolume, no solo por una ciudad que soñó renacida de sus cenizas, sino de una identidad variopinta que pedía a gritos un renacer.
No solo soñaste edificios, calles, museos, parques… soñaste un futuro, una ciudad sostenible, cargada en brazos por hijos identificados con cada centímetro, con cada edificio carcomido por el tiempo, con cada calle y callejón, con cada retazo de historia que te empecinaste en devolver a la vida.
Bendito empecinamiento que nos regalaste lleno de colores y luz, como la que emanaba de tu pequeño ser que, cada mañana sin importar dolores, cansancio o derrotas, volvía a andar las calles que decidiste cambiar contra viento y marea.
Y hubo premios y reconocimientos, pero no creo que alguno fuera más importante que esas caminatas en que niños, abuelos y pueblo en general te detenía para conversar, para tocar al mito con las manos, para ver al hombre-Habana.
Ese es tu legado perecedero. Y toca ahora volver sobre tu caminar y continuar con tu obra indetenible e impostergable más ahora que nunca. Tu ciudad te llora y te llorará siempre, pero nunca te olvidará. Las piedras convertidas en gente y la gente convertidas en piedra no lo permitirán. Descanse en paz, Gigante de paso corto.