De Natalia Méndez a la Norka de Korda
Jamás pensé que llegaría a conocer a Norka. Siempre me quedaba como boba contemplando sus fotos. Tenía un cuello muy largo y un cuerpo que parecía sacado de una revista europea. Sin embargo, aún con su tez demasiado blanca, sus ojos azules y sus curvas tan ajenas a nuestro prototipo de mujer tropical, llegó a convertirse en un icono de la moda y la publicidad, primero en Cuba y después en el mundo.
Fui a la entrevista sin ninguna idea de cómo se vería ella, tantos años después. Había encontrado par de fotos recientes en Internet, pero pensaba toparme a una señora normal de 80 años, aunque no sé bien qué significa eso.
Cuando la vi me di cuenta que no podía haber sido otra cosa que modelo. Me llamaba la atención cómo mis ojos pestañeaban sin parar con el flash de la cámara, y los de ella ni siquiera se percataban. Era delgada, todavía delgada como en sus fotos. Dice que intenta mantener las 120 libras, y que puede pasar días sin comer y no se da cuenta (gajes de haber sido modelo durante tantos años). Su tez sigue siendo especialmente blanca, y gesticula como toda una dama.
Norka no ha dejado de ser Norka. El mundo se ha olvidado de ella, los años han pasado y su nombre hace tiempo desapareció de las revistas y catálogos. Ahora vive alejada de la ciudad, no sale casi nunca de su casa y se queja de un accidente que le impide mover correctamente las piernas.
Pero para mí sigue siendo la misma musa que en las fotos de sesenta años atrás. Recuerdo que al verla me empezaron a temblar las manos, estaba nerviosa ante aquella mujer imponente que todavía conservaba los mismos ojos penetrantes. Para VISTAR fue todo fruto de una coincidencia haber tenido la oportunidad de entrevistarla; para mí fue una de esas cosas que te cambian la vida.
¿Cómo fue tu vida tras el lente de Alberto Korda?
“Cuando yo conocí a Korda estaba modelando desde muy niña con un diseñador español aquí en El Vedado. Nadie sabía que era modelo, mi papá no quería que yo fuera artista, pero como eso era una cosa cerrada, y lo único que hacía este diseñador era ropa de gran vestir, de coctel, me empezó a enseñar y me quedé trabajando ahí con él”.
“Un señor llamado German Puig, que era de la publicidad en la televisión, me veía pasar todos los días con mi hermana, y le llamé la atención. Alberto le había dicho que estaba buscando a una muchacha que tuviera el cuerpo de una modelo, porque la cubana es más gruesa. Él le dijo que había visto a alguien que era ideal porque parecía una modelo (claro, yo lo era, pero no lo sabía nadie) y abordó a mi hermana para contarle sobre Korda”.
Una tarde su papá se encontró a Norka (en aquel entonces Natalia) modelando en la televisión. Le habían pedido que fuera a la inauguración de la piscina del Focsa, y ella, acostumbrada a que en su casa solo se viera boxeo y lucha libre, pensó que sería demasiada casualidad que se enteraran. Por cosas de la vida o el destino, pasó, y ese día fue un antes y un después para su carrera.
“Un día Félix Pita Rodríguez me dijo: «¿tú sabes que eres demasiado sofisticada para ser tan jovencita? Y eso de Natalia no te va nada…»”.
“Mi hermana trabajaba junto a un médico norteamericano. Ese era un hombre judío que le había dado polio, pero había tenido un romance con Ava Gardner, y tenía una foto dedicada de ella. Él le decía a mi hermana que yo tenía que ser algo grande en la moda. Un día estábamos sentados en una cafetería, y yo empecé a pensar en un nombre. Como él se llamaba Felipe Knopk, de ahí saqué yo Norka”.
“Lo que es extraño es que el día que finalmente (después que sucedió todo con mi papá) voy al estudio, no vi que había una placa que decía Estudios Korda. Le dije a mi hermana que ese señor estaba bromeando con mi nombre, y él me cogió la mano y me llevó a ver la placa”. Ese encuentro entre Norka y Korda selló sus destinos de forma permanente. Ella, divorciada de él a los veinticuatro años, nunca dejó de ser para todos “la musa de Korda”; mientras que él jamás pudo desprenderse del arquetipo de ella en sus retratos.
“Al otro día llamó a mi hermana y le dijo que unas personas habían venido a ver si Alberto les hacía fotos a unas pieles y vieron una foto mía (él me había hecho una para el archivo). Les dijo que yo tenía mucha actitud y que modelaba en pasarela, y al día siguiente ya tenía trabajo”.
“Nosotros logramos fusionar el diseño de moda con la fotografía y hacer fotos artísticas, que no se habían hecho nunca. Mi destino era ese. Esas son fotos que gustan todavía, y ya tienen más de cincuenta años. Ellas dejan un testimonio de la moda de este país, que fue muy fuerte”.
¿Cómo fue tu experiencia en la pasarela de una casa de moda tan prestigiosa como lo es Dior?
“Alberto y yo estuvimos casados durante nueve años. Un día él cometió un error que yo no perdoné y nos divorciamos. Tenía veinticuatro años y sabía que iba a rehacer mi vida. Yo fui la primera persona que viajó por su cuenta después del triunfo de la Revolución. Alberto hizo todo para que no saliera de Cuba, pero yo siempre he tenido mucha suerte y al final venzo. Y cuando vi que no había barcos ni aviones que me sacaran, fui a ver al Ministro de Transporte. Me dijo que Alberto había pedido a todo el mundo que no me dejaran salir de Cuba, y al salir caminando de ahí me llamó un amigo del ICAIC que había pasado mucho tiempo en Alemania, y me dijo: «en el barco en que yo vine tú te vas mañana por Matanzas»”.
Norka me cuenta que todo en su vida ha sido muy difícil para ella, y tuve que creerle cuando supe que pasó diecisiete días en Alemania en la calle, sin dinero, con fiebre y tomando agua de río. “Por eso es tan difícil morirse de hambre, yo de eso estoy convencida”, dice. Lo más increíble es que todo ese tiempo estuvo con el mismo vestido blanco y el abrigo rojo con los que, llegada a París, tocó puerta por puerta de todas las casas de moda, hasta que encontró a Dior.
“Primer día de enero de 1964. Una huelga en la Gare du Nord de las modelos francesas porque habían llegado unas negras divinas africanas que le quitaron el trabajo a todo el mundo. Mira en qué momento llegué. Fui a Chanel, a las grandes casas, pero en enero ya todo el mundo tenía las colecciones hechas. Y fui a Dior, ahí me tomaron nota. Encontré a alguien que conocía y le dije que estaba en la calle. Lo único que tenía en la cartera era una moneda con una ranura que se utilizaba para el teléfono en París. A los 27 días ya yo estaba en la revista Paris Match. A mí me fabricaron ropa de carrera, porque ya la colección estaba hecha. Estuve tres años, entrando y saliendo, por los niños. La gente habla mucho de mi estancia afuera, que fue poco comparado con lo que hice en Cuba”.
De aquella época, ¿qué es lo que más extrañas?
“Yo fui muy feliz en los años cincuenta, era una creación constante. He visto cómo la mujer cubana ha ido degradándose, esas cosas me molestan mucho. Y que los diseñadores no han sabido batirse. Tienen que sobrevivir haciendo ropa para teatro, para las actrices que pueden pagarlo, porque tienen que vivir”.
“Lo malo que he tenido que vivir, me ha hecho más fuerte. Yo en los cincuenta era una muchacha a la que no le había pasado nada malo. Ya son 81 años y todavía nadie puede conmigo”.
“¿Sabes cuál es la belleza de la vejez? La mente, que pueda seguir resolviendo los problemas cotidianos; y la salud, que un día termina, pero mientras más larga es más útil eres. Esa es la belleza, la otra se va completamente. A mí no me han llamado en cuarenta años, pero yo sigo viva. La vida es un destino a cumplir, y hay que tomar lo bueno y lo malo”.