
Chocolate y su novela autobiográfica (Crónica)
De todas las coincidencias que rodean mi vida quizás sea esta la más pueril y menos abordada en mi escritura. El nacimiento de Yosvanis, Chocolate MC, “El rey de los reparteros”, servirá de prólogo a una novela autobiográfica y melancólica sobre el azar. Yo nací un mediodía del 18 de febrero de 1991, un día después que el autor de «Guachineo», «El palón divino» y «Bajanda», coincidentemente, ambos somos hijos de un tiempo marchito.
Chocolate y yo estudiamos en el mismo Pre, por ello le pregunté al grupo de Messenger del I.P.U.E.C. “Raúl Díaz Argüelles”, ubicado en Melena del Sur, si tenían alguna anécdota sobre él en ese período. Los que comparten ese grupo responden rápidamente, la gran mayoría han emigrado a otro país y permanecen “activos”, ellos hicieron comentarios sobre Chocolate y no dijeron nada especial, ¿qué decir sobre el Chocolate de hace 10 años?, ¿qué contar sobre aquella azarosa coincidencia?, ¿puede reescribirse la biografía, el perfil de Chocolate, por esos instantes de nada?

Insistí cuanto pude en el grupo, y solo corroboré mi recuerdo del motivo de su expulsión del Pre, aquel acto exhibicionista al que me referiré más tarde y que traduce mejor que cualquier gesto su música y su postura como artista. Recuerdo que era delgado, desgarbado, alto, extremadamente relajado, al punto de lucirse como un joven chistoso y rebelde (nada particularmente asombroso para el paisaje y su nada, allí todos éramos chistosos y rebeldes).
No me apena contar que lo recuerdo porque yo era la Jefa de Escuela y conversamos alguna que otra vez en los pasillos. Me aferro al hecho de que hablamos sobre Elvis Manuel, aunque probablemente no sostuvimos ninguna charla trascendental, hablamos sobre los bichos sonoros que picaban por la noche, la comida o los colchones incómodos, mientras escribo escojo todas las conversaciones probables, revivo sus ojos duros y penetrantes, pienso en mí jugando mi papel de Jefa de Escuela regañándolo por algo.
Lo recuerdo, recuerdo que una noche teníamos que pagar por el alquiler de los equipos de música para la recreación del viernes y él sacó una gran cantidad de dinero para completar la suma total. He aquí la razón de su expulsión: sacudió el pene desde la ventana del albergue, y lo hizo durante un largo rato, la imagen es lo suficientemente explícita.

La novela autobiográfica comienza con el nacimiento de Chocolate MC. Comienza con la llegada al mundo de un hombre que se tatuó lágrimas. Ese domingo hizo mucho frío, también llovió con sol, nació varón y lo primero en salir fue su cabeza. La cabeza de Chocolate MC fue examinada por una neonatóloga sensible, de manos suaves y memoriosas. Antes de que Chocolate MC llegara a las manos de su madre, la neonatóloga bendijo al niño, le besó la frente, procuró su suerte con una oración, una neonatóloga escoge bien al hijo que besa y en ese instante decide su destino y sus tatuajes.
Los videos de Chocolate, verdaderos performances autárquicos que me sitúan ante una fragilidad y violencia tremendas (promocionando tiendas de joyería, en estudios de grabación, durante largos trayectos en auto, confesando sus crímenes, pidiendo perdón, coreografiando sus ritmos, etc.). Él y su lenguaje atroz, procaz, parecen (d)escribir el presente con la temeridad impuesta por el fenómeno contemporáneo de ser público.
Su atrevimiento es la rabia y la desvergüenza, la literalidad de una forma “repartera” al entender lo cotidiano con sus imaginarios sobre el sexo, la antropofagia de la experiencia, la gran parodia del poseer, la destrucción y reivindicación del ideolecto popular de un país, no cualquiera, ese país post 1991. A pesar de toda resistencia o vulgaridad, en esta era se reproduce y se escucha Chocolate como un himno, para algunos deleznables, para otros divertido, para la gran mayoría gozoso.
¿Por qué se goza con esa melodía y el uso extrañado del lenguaje que presenta?, ¿qué nos dice o advierte?, ¿qué presagia «Bajanda» sobre nuestra irremediable desaparición? La novela autobiográfica comienza en el pasillo de mi Pre-Universitario, reproducido mil veces en otros espacios rurales, arquitectónica e ideológicamente, mi Pre es otra copia del modelo. Por un breve tiempo, Chocolate y yo tomamos nuestra Girón en el parque Karl Marx y miramos desde la ventanilla el mundo.

Sentada en el suelo, en un extremo del pasillo, veo a toda la gente del Pre, ellos me están mirando silenciosos desde el otro extremo. Me siento sola, mareada, cada sensación vivida en ese lugar, hermosa, crónica honda y amarga vuelve a través de esa escena, cada amigo y cada cuerpo me huele a ese lugar, del mismo modo que yo apesto ahora.
Chocolate estuvo presente solo unos meses, fueron tres años en los que crecí tan violentamente como su música y su éxito. La novela autobiográfica comienza con un contoneo, es un viernes de recreación, todos estamos repellándonos, “se me parte la tuba en dos, se me parte la tuba en tres”. Al extremo del pasillo no estoy yo, lo que nos está mirando son los ojos de Chocolate y un hambre de viernes después de comer MDM, Masa Deshuesada Mecánicamente. Escucho Bajanda, una canción que no guarda relación con los grandes amigos que me amaron allí, los verdaderos maestros que tuve, el juego y el erotismo que te atrapaba por todos lados, ni con toda la gente que está siempre “activa” en el grupo de Messenger Pre-Arguelles 2007-2009.
Bajanda me narra un recuerdo intacto que tengo de mi nacimiento, ese lunes también frío, lluvioso. Otra vez exagero. Me invento un diálogo en directo con Chocolate MC, me dice que yo no existo, no me recuerda, todo esto me lo inventé. No importa, es viernes y la música está buena, siempre hay algo que exorcizar.
