Cartas a Pamela (crónica)
Pamela:
Hoy te imagino extasiada, dando brincos, pensando en el éxito del video de Gente de Zona. Me hubiera gustado verte dirigiendo a ese hito sonoro de tu país, te encanta pegarte al misticismo de la fama y el éxito. Gente de Zona es el top para ti. Está claro que ese es el tipo de felicidad que persiguen las jóvenes narcisistas de nuestra época. El narcisismo de vanguardia contemporánea nos sienta, al menos a ti te queda muy bien.
Te escribo esta carta en nuestro espacio íntimo de confesión, la intimidad que cabe en las páginas de VISTAR y que aparece como hashtag en una publicación tuya en Instagram. Si te escribo ahora es porque imaginarte dirigiendo a Gente de Zona se me vuelve una imagen obsesiva, delirante, recurrente. De seguro no hablarás de otra cosa.
El otro día grabé una conversación entre dos mujeres en la cola del pollo en la tienda El Danubio que está en la avenida 26 y calle 23 del Vedado. Estoy volviendo a mis rituales arcaicos, aquel morbo por documentar lo que dicen otros es un instinto viejo, un acto perversamente ingenuo que creí finalizado. De hace algunos años tengo varias conversaciones en almendrones, elevadores, cuerpos de guardia, funerarias. Palabras acumuladas que no sé si me pertenecen porque las archivé, y que no tienen el consentimiento de esas voces para ser reproducidas. Palabras que alguna vez pensé se convertirían en un podcast o en un programa de radio independiente. La última pista de audio habla de la escasez económica, aquello repetitivo que llevamos años sudando y hablando, la conversación en la cola.
Ambas señoras entienden de manera práctica los conflictos políticos que nos arrebataron el pollo de Estados Unidos y el pollo de Brasil. Luego de 2 horas en la cola, juro que lo que más me afectó, no fue la espera o el miedo terrible a no alcanzar para comprar, sino la vivacidad con la que algunos se las agenciaban para colarse, burlar la fila… Mi abuela diría: “El vivo vive del bobo, y el bobo de su madre”. En el audio, escucharás a una decirle a la otra: “Préstame 50 pesos cubanos, quiero llevarle un paquete de pollo a Tania que no puede salir de la casa porque está recién operada”. Escucharás a una señora que sale de la tienda con su hijo discapacitado: “Yo nunca vengo con el niño a esto, es la primera vez, pero no puedo estar tres horas aquí”. Y la señora le responde: “Hija, pero no des explicaciones, es tu derecho”.
Las noticias no varían, Pamela, se siente como si nada pudiera transformarse, una especie de parón absoluto. He tratado de escaparme del estado político global, la receta para eso no es ver una película como Capernaum, de Nadine Labaki, una película así te hiere desde todos los ángulos. Leí que el protagonista era un niño refugiado sirio que logró aprender a leer y a escribir gracias este proyecto, que una ONG consiguió reubicarlo a él y a su familia en Noruega. Esto último me emociona más que la película.
Me dio alegría que encontraras a Lena Dunham en el tráiler de Once upon a time in Hollywood, estoy loca por verla. Cuando consiga una copia, eso pudiera llegar directamente de Cannes al “paquetero” de la esquina, podremos verla juntas. Pamela, creo que te escribo porque no me haces preguntas bobas, porque estás feliz posando con Alexander y Randy, porque no te alarman las noticias y solo quieres extinguirte en ese momento de felicidad que produce una publicación en Instagram. Te escribo por eso y porque me entiendes.
Te subo el audio a WhatsApp, dime qué más escuchas, dime si escuchas ese momento en el que hubo un silencio enorme y nos tiraron paquetes de pollo a todos y se acercaron más y más gente para llevarse los paquetes aventados al aire. Dime si escuchas ese momento exacto en el que las dos mujeres se pusieron a cantar «Adiós felicidad» y me sacaron a bailar en medio de la avenida 26 para detener el tránsito. Pero no bailábamos nosotras nada más, bailaban los pollos sin cabeza y bailaban todos los de la cola. Era una manifestación loca, extraña, de cuerpos semidesnudos y rosáceos. Dime si escuchas los diálogos que tienen unos pollos con otros acerca del matadero grande del mundo. Los pollos son cínicos y consiguen hacer chistes de su desgracia y de su mala repartición, de su pésima producción y de su llegada congelada a Cuba. Dime si escuchas ese momento exacto en el que también nos vamos descongelando, pollos y humanos de la cola, nos iremos extinguiendo sudando y sudando. Cuando lo escuches, me dices.
Te quiere,
Martica Minipunto